Cuando comencé a trabajar en Centros Culturales y aterricé por Sucina, Jerónimo y Avileses y Cañadas de San Pedro y empecé a tomar contacto con la población (es decir, con los usuarios potenciales y público destinatario de las actividades que me tocaría programar) me encontré un paisaje humano bien variado y complejo desde el punto de vista de la posible relación con su Centro Cultural: horquilla de edad muy amplia, diversidad de niveles formativos y académicos, población local y migrante (estables y/o estacionales, con sus propios referentes), entorno rural y referentes agrarios… Y marcadas diferencias entre los perfiles de población de núcleos tan cercanos geográficamente.

Encontré también un patrimonio medioambiental muy valioso y un patrimonio cultural inmaterial apenas explorado. Memoria del lugar. Costumbres y modos de organización colectiva ligados a esa cultura agraria. Oficios tradicionales que van desapareciendo sin dejar testimonio ni apenas nadie que recoja esos conocimientos. La tradición oral forjada alrededor del fuego o en los caminos de trashumancia: las leyendas y mitologías locales, las canciones y formas musicales, la relación con el entorno. El rastro que los usos de la tierra y del agua en una zona de secano dejan en la distribución del territorio, en vías pecuarias y senderos tradicionales, en las ventas que atesoran recetas y productos locales, en las agrupaciones humanas, en restos arquitectónicos…

Y simultáneamente a esa recuperación, conservación y difusión de lo tradicional, aparece la necesidad de motivación, información y formación: necesidad de oportunidades y diversificación en los sectores de actividad para que los más jóvenes puedan desarrollar aquí su vida, sin verse en la disyuntiva de tener que elegir entre mudarse a núcleos urbanos o quedarse y repetir ‘lo que siempre fue’.

En este lugar, tan regado de sol y tan vecino del mar, brotaron los campos de golf. Crearon empleo durante su construcción, dieron trabajo durante su puesta en marcha para atender con servicios a los primeros propietarios de las urbanizaciones. Y con la crisis del ladrillo y de un modelo turístico y económico insostenibles, la tasa de paro en esta zona creció rápida y escandalosamente.

Encontré desconocimiento respecto al uso y las posibilidades de las nuevas tecnologías. Los trámites institucionales, las compras por Internet, la creación de blogs o páginas webs, o el manejo eficaz de redes sociales para la promoción de negocios o asociaciones, son aprendizajes pendientes para una parte importante de esa población activa que se encuentra desocupada y en estado de búsqueda. Y en un entorno donde entre núcleos de población todavía perviven silencios y vacíos, donde el transporte público es casi testimonial, y donde el acceso a ciertas ofertas culturales y educativas son menores que en núcleos urbanos, estos medios podrían ayudar a paliar la falta de algunos estímulos.

Encontré la cercanía de la gente, personas dispuestas a contar su historia de vida siempre que hubiera un oído atento. Y sin embargo, menos dispuestas a participar en actividades y proyectos que tengan como objetivo visibilizar esas vivencias y experiencias. Encontré personas con inquietudes y preocupación respecto al desarrollo cultural de las pedanías (grupos informales amateurs de teatro y baile, alguna agrupación musical, la Peña Flamenca de Sucina…) que contemplan las iniciativas culturales como un medio de reactivación económica y entienden que un desarrollo sostenido en esa dirección puede actuar como atractivo turístico, aunque sea de temporada. O que sienten que dichas inquietudes no son cubiertas por los programas municipales, y toman la iniciativa de autoorganizarse. El camino se ha de empezar en algún punto.

Encontré presupuestos pequeños (y menguando) cuya distribución no alcanza para satisfacer a todo el mundo y a todos los gustos. Encontré participación y constancia irregulares en los talleres, y una afluencia de público bastante baja a otros eventos. Y la muy eventual alegría de recibir por estos lares a gente que se desplaza desde Murcia o desde otras pedanías para acudir a una función de teatro o a un concierto. Encontré la participación casi exclusiva de niños y niñas hasta los 12 años, y de mujeres a partir de los 30 – 35 años. Los grandes ausentes de los centros culturales son adolescentes, jóvenes y participantes masculinos. Y sí existe una gran aceptación de actividades o eventos organizados desde la propia población, que en muchas ocasiones tienen que ver con fiestas patronales o las celebraciones relacionadas con las tradiciones que mencionaba anteriormente.

Y así me encuentro ante la cuestión de cómo integrar las aportaciones de la población en la programación cultural, sin que se convierta en un pedido de actividades a la carta o en una cesión sin límites de los espacios del Centro. Y cómo romper las inercias asentadas, tanto las del público y usuarios de los Centros, como las de la propia Administración en su trato con los ciudadanos.

Ana Giménez,  Auxiliar de Coordinación de CXC  en los Centros Culturales de Sucina, Jerónimo y Avileses, y Cañadas de San Pedro. Son tres pedanías del Campo de Murcia, ubicadas entre las Sierras de Columbares y de Escalona y el Mar Menor.

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