Anoche tuve una pesadilla. Soñé con los enterradores de la cultura, figuras de la mediocridad que tan fervientemente desean y procuran conservar embalsamada la cultura muerta, ordenada y alineada en tumbas, con sus lápidas conmemorativas, sobre las que celebrar aburridas ceremonias. Les pagan bien con ello, de nuestro dinero que, nos dicen, se dedica a que cultivemos el espíritu. Y piensan, los enterradores, que nadie mejor que ellos para encargarse de la cultura. Eso sí, una cultura enterrada, suelta y viva por la calle no les interesa.
A la cultura no se la puede matar, pero sí embalsamar, mediante procesos y rituales perfeccionados, de una maestría egipcia. También enterrar, en artefactos que confunden como templos de la cultura ¿cómo saber qué museo, universidad archivo, biblioteca, libro, monumento…no es sino depósito de cadáveres? Intentar acceder a ellos sin el terror reverencial de la ignorancia, es interpretado por los enterradores como sospechoso de profanación.
Podríamos dejar en su paz muerta a estos enterradores y enterradoras, y dedicarnos a la cultura viva de todos los días. ¿Qué nos importa lo que hacen y deshacen estos necrófilos investidos de la púrpura chupatintas? Pero nos han secuestrado una cultura que estuvo viva, y queremos liberarla.
Además, no se conforman con poseer y vigilar las necrópolis culturales. Algunos de ellos, los más soberbios y ambiciosos, aspiran al enterramiento universal de la cultura, como si hubiese una única. Es una idea destinada al fracaso, sólo conduce a esfuerzos gastados inútilmente, y produce daños irreparables al conocimiento y a la inteligencia.
Lo curioso de enterradoras y enterradores es que entre sus deseos no se encuentra el de permanecer encerrados junto a los preciados incunables, óleos y tesoros, que tan celosamente custodian bajo los siete candados de la estupidez. Prefieren retirarse a sus mansiones, con mayor o menor zona ajardinada, según pedigrí y emolumentos, en los que fingen el simulacro de una plenitud que, como maldición, les está negada. Ellos son sus tumbas.

Joaquín Medina es el gerente de CXC.